Es impresionante como Dios pone su confianza en nosotros y no nos abandona, cumple sus promesas. Y la verdad debo decir que así fue conmigo también.
Aunque, es verdad, tuve que ponerme en sus manos y no fue fácil. Incluso me enojé con él porque yo sentía que me pedía más de lo que yo podía dar; pero cuando uno pone su mirada en la meta y la confianza en Dios las circunstancias de la vida, son sólo circunstancias. O mejor dicho medios para ir amigándonos de Dios.
A veces Dios tiene sueños locos, pero como él conoce el final de la historia se atreve escribirnos un libreto que, puede parecernos descabellado al principio, pero siempre tiene final feliz. No olvides esto nunca: Tu historia tendrá final feliz.
Como sabrás desde chiquito hasta muy anciano Dios quiso que mi vida fuera entretenida. Ya cuando nací me propuso ¡jugar a las escondidas o navegar en un bote un tanto extraño!. Es más, mi nombre, Moisés, es en honor a esa embarcación.
Dicen que de niño yo era muuuuuy hermoso. Fui como una luz en medio de una tremenda opresión que se vivía en ese tiempo. ¡Dios nos hace tan hermosos! Pero sucede que a veces nos invade el pesimismo, la depresión, la impaciencia e impedimos o retrasamos aquel plan que Dios quiere plasmar en nuestras vidas. A mi me costó mucho.
Hasta los 40 años viví en completa comodidad en un palacio, aunque sin mis padres biológicos. Vivía seguro y gozando de muchos privilegios. Pero me esperaba un privilegio que sinceramente no imaginaba y que trasciende todo lo que uno puede ser o tener: sentirme amigo y socio de Dios. Pero eso fue más adelante. Sin embargo, cuando desperté de esa seguridad que no alteraba mi vida en lo más mínimo, tuve que empezar a tomar decisiones, ver la realidad que me rodeaba. Y allí es donde Dios sonríe porque es cuando está empezando a establecer su plan en el mundo. No importa quien seas, no importa lo que hayas hecho, Dios te pone en la cancha y quiere que juegues el partido.
Voy a contarte una circunstancia muy difícil que me tocó atravesar. Cuando salí de ese letargo en el palacio abrí los ojos, dejé de mirarme a mi mismo y vi que había injusticia en el mundo. Y la injusticia me tocó tan de cerca que incluso maté a una persona y lógicamente eso hizo que todos me rechazaran.
Y a mi me invadió la soledad, la opresión, la tristeza, la estima se me fue por el piso, no me creía capaz de hacer nada bien. Y otros 40 años estuve refugiado en el desierto. Escondido porque los egipcios querían matarme. Solo, sin identidad. Otros decidían mi destino. Estaba muy oprimido. Al punto que no podía hablar claramente, ni respirar ¿Vieron esas opresiones que a veces no nos dejan respirar profundamente? Para colmo, estaba muy enojado con Dios.
Claro, no me respondía. Yo le hablaba y del otro lado silencio. Me enojaba y silencio. Protestaba, silencio, le pedía y silencio.
Pero los tiempos de Dios no son nuestros tiempos. Y un día en el que decidí “ir más alla”, cruzar las fronteras de mi vida, atreverme a más. Ahí estaba El. Todos me rechazaban menos uno: Dios. ¿La verdad? a veces tarda, pero siempre llega el momento en que cumple sus promesas.
Y en realidad ese Dios que yo creía apagado permanecía ahí, latente, confiando en mi. Tuve que tomar la decisión de corresponder su confianza y allí cuando el me liberó de esa opresión que yo tenía me confía, nada más y nada menos, que liberación de ¡un pueblo entero!. Y me hizo pasar de oprimido a libertador.
Yo me preguntaba que podrá querer Dios para mí. Y cuando pensé que mi vida estaba terminada a los 80 años, Dios apretó “play” y me confió una de las misiones más grandes de la historia de la salvación. ¡Liberar a un pueblo completo! Miles de excusas le puse. De pronto el Dios “calladito” se había transformado en un Dios que no paraba de pedirme cosas. Y yo la verdad, estaba encendido como la “zarza ardiente” y ya había tomado la decisión de ir más allá. ¡¿Con 80 años?! Si, con 80 años todavía me quedaba una vida por delante, con una diferencia: ahora de la mano de Dios.
Y allí vinieron los desafíos más grandes, más difíciles y más lindos. Llegar a la tierra prometida se transformó en mi objetivo, pero mi meta era liberar al pueblo hebreo y caminar con Dios. Mi meta la cumplí. Porque no nos olvidemos que el protagonista de la historia es Dios. Ni vos, ni yo. Dios.
Para Dios ser grandes no significa ausencia de defectos. Nuestras luces y nuestras sombras son necesarias para que Dios establezca su plan de salvación. Porque donde abundó el pecado sobreabundó la gracia y nuestras limitaciones no se tiran, Dios las recicla y las transforma en tierra fértil.
Así ocurrió conmigo y así Dios quiere que ocurra con vos. Dios me eligió a mí: un asesino inseguro que no confiaba en mí mismo. ¡¿Cómo no va a elegirte a vos?!
Mi vida demuestra que además, Dios tiene muy en cuenta nuestra oración. El consideró lo que yo le pedía. Y El está esperando escucharte. Quiere liberarte. Tiene grandes planes para vos, muchos más grandes de los que puedas imaginar. Hay que atreverse, hay que ir más allá, hay que confiar en El y saber que El está detrás de cada una de tus acciones.
Otros testigos de su Amor
– La hemorroísa
– La samaritana
– Abraham