El oro del Vaticano

Uno de los comentarios que a menudo escuchamos en conversaciones, redes sociales o incluso en medios de comunicación, es la crítica al supuesto “oro del Vaticano”. La frase aparece como una acusación: “¿Por qué la Iglesia no vende su oro y ayuda a los pobres?”. Como católicos, no podemos ignorar este planteo. Tampoco debemos responder con enojo o desdén. Al contrario: es una oportunidad para explicar con sencillez y transparencia qué hay detrás de esta percepción y cuál es realmente la misión de la Iglesia en relación a los bienes materiales.

El Vaticano: más que un «banco de oro»

Primero, es importante entender que el Vaticano no es un tesoro escondido ni un centro financiero de lujo, como a veces se pinta. Es un pequeño Estado —el más pequeño del mundo, de hecho— cuya principal función es servir a la Iglesia universal y al Papa en su tarea pastoral, misionera y diplomática.

En el Vaticano se conservan obras de arte, edificios históricos y objetos de valor incalculable. Pero no se trata de “riquezas líquidas” que puedan simplemente venderse como si fueran acciones en la bolsa. Son patrimonio de la humanidad, mantenido no para el lujo, sino para la custodia cultural y espiritual. ¿Imaginamos que el Louvre venda la Mona Lisa para pagar una deuda? Es un absurdo similar.

¿Tiene dinero el Vaticano?

Sí, como toda institución que necesita funcionar: paga sueldos, mantiene edificios, sostiene misiones, hospitales, escuelas, orfanatos y obras de caridad en todo el mundo. El presupuesto del Vaticano es público, se puede consultar, y es muy inferior al de muchas universidades o empresas privadas. En 2023, el déficit fue de apenas 3 millones de euros, con ingresos y egresos transparentados por el Consejo para la Economía.

Además, gran parte del ingreso de la Santa Sede proviene de donaciones de los fieles (como el Óbolo de San Pedro), y no de «sacar oro de un sótano», como muchos imaginan.

¿Y los pobres?

Esta es una pregunta clave. Y como Iglesia, tenemos que asumir que hay momentos y lugares en los que no hemos estado a la altura de esa opción preferencial por los pobres. La crítica muchas veces nace de un deseo legítimo: ver a la Iglesia más presente, más cercana, más despojada. Y eso es justo. Por eso el Papa Francisco insiste tanto en una “Iglesia pobre para los pobres”.

Pero también es cierto que la Iglesia es uno de los mayores agentes de caridad en el mundo. Solo Cáritas Internacional tiene presencia en más de 160 países y moviliza millones de recursos para alimentar, educar y sanar a los más necesitados. Hay cientos de miles de sacerdotes, religiosos y laicos que dan la vida cada día en barrios, hospitales, cárceles y lugares de misión. Sin cámaras. Sin prensa. Sin oro.

Un tesoro distinto

El verdadero tesoro de la Iglesia no está en sus paredes ni en sus vitrinas. Está en el Evangelio que predica, en los sacramentos que ofrece, en la vida que transmite y en cada rostro de Cristo que reconoce en los más pequeños. Sí, podemos mejorar en muchas cosas. Pero lo cierto es que la Iglesia no guarda su riqueza para sí: la comparte, la entrega, la invierte en el bien de todos, aun cuando no siempre se vea.

Y ese es, tal vez, el mayor acto de transparencia que podemos vivir.

Diego García Rogel

(E-mail: garciarogeldiego@gmail.com).- Soy comunicador social y periodista católico. Nacido en Bariloche, en la Patagonia Argentina. Siempre me sentí llamado a anunciar el Evangelio utilizando los medios y las nuevas tecnologías. Trabajé como voluntario en Radio Vaticana para la frecuencia Español/Portugués, con motivo del Jubileo del Año 2000. Soy creador y director de "TEAMA - Ideas y Acciones Evangelizadoras"(www.evangelizacion.com.ar) Me gusta la radio y soy director de la escuela de Ajedrez Punto Ajedrez.

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