Parroquia San Eduardo – Domingo 1 de junio de 2025.
En la fiesta de la Ascensión del Señor, el padre Eduardo de Paola dirigió a la comunidad una homilía profundamente interpeladora, centrada en el mandato misionero de Cristo a sus discípulos: “Serán mis testigos hasta los confines de la tierra”. Esta palabra, proclamada en el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles, resonó con fuerza en su predicación como núcleo de la identidad cristiana.
“Testigos”: una palabra que nos define
El padre Eduardo subrayó el sentido profundo de la palabra testigo, cuya raíz griega (mártys) remite al martirio, entendido no solo como sufrimiento físico, sino como entrega total, como vida ofrecida por amor. “Ser testigos es morir a nosotros mismos”, dijo con énfasis, evocando la entrega de Cristo mismo, que murió constantemente a sí mismo por nosotros y como testigo del Padre.
Este llamado no se refiere a un recuerdo sentimental del Maestro, sino a una memoria viva, activa y transformadora, que hace presente a Jesús en la vida cotidiana. “Recordar lo que hizo y enseñó no es un ejercicio de nostalgia, sino una tarea de coherencia, de vida concreta, de servicio al otro.”
La Ascensión no es ausencia
Contrario a una interpretación superficial de la partida de Jesús, el padre Eduardo explicó que la Ascensión no significa que el Señor nos haya dejado solos. Por el contrario, es presencia transformada: “Como en Emaús, el Resucitado camina con nosotros. Es el Cristo peregrino que acompaña a su Iglesia”.
Una misión difícil… pero no imposible
En un mundo que “rechaza profundamente a Dios y especialmente a Jesucristo”, el testimonio cristiano se vuelve más exigente. La coherencia entre lo que creemos y lo que vivimos es puesta a prueba constantemente. “Cuando alguien se presenta como cristiano, el mundo observa su vida con lupa”, advirtió. De allí la urgencia de que nuestro testimonio sea auténtico, visible y comprometido: “Dar la vida por los demás, estar atentos, amar concretamente”.
Hacia Pentecostés: la fuerza del Espíritu
Mirando hacia la próxima celebración de Pentecostés, el sacerdote recordó que la Ascensión no es el final, sino la preparación para el envío del Espíritu Santo: “Nos deja el amor entre el Padre y el Hijo, la fuerza, el fuego del amor en nuestros corazones”. Es esa presencia viva del Espíritu la que hace posible que cada bautizado pueda recordar, vivir y anunciar el Evangelio.
Un compromiso que se renueva
La homilía culminó con una invitación directa a los fieles: renovar el compromiso bautismal de ser testigos. “Pidamos al Señor en esta Eucaristía la gracia de recordar una y otra vez en el corazón lo que Él hizo y enseñó”, culminó.