
Es marzo de 2013. El alboroto se fue esfumando y el sacudón también. La noche se mantiene fría bendiciéndolo incesante. Las voces se apagan y los que están cerca lo saludan deseándole un reparador descanso. De pronto él está solo, consigo mismo por primera vez. Espía la plaza, ya vacía y húmeda, se recuesta sobre la cama (que es como todas) se saca los zapatos y piensa en Buenos Aires, en sus amigos, su familia, San Lorenzo, el 22, Argentina, América y ahora el mundo. Piensa en Pedro y en su Dios. Y aunque no pueda dormirse quizás en toda la noche su corazón descansa y se regocija y su rostro vuelve a sonreir, ahora en soledad, porque cae en la cuenta que Dios le ha puesto Francisco a un hombre. Un hombre como vos y como yo.