La homilía.
Quienes asisten frecuentemente a misa coincidirán conmigo en que uno de los momentos que provoca mayor expectativa es la reflexión u homilía que hace el sacerdote luego de la liturgia de la palabra, el momento posterior a la lectura en voz alta del Antiguo y el Nuevo Testamento. Es esa expectativa de predisponerse a abrir el corazón durante unos minutos para escuchar y descubrir «¿Qué querrá decirme Jesús hoy a mi?», ¿Qué me tendrá preparado?».
Debo decir, que, estando yo en ese lugar, hubo ocasiones en que mi expectativa se vio alegremente colmada y superada y muchas otras tristemente defraudada. Intentaré reconocer las razones de una y otra situación.
Cuando el mensaje llega y transforma.
Hay veces en que, mientras transcurre la homilía, mi corazón se va llenando lentamente, comienzo a disfrutar lo que estoy escuchando y termino lleno. Cuando eso ocurre nada distrae mi atención porque es como si, aunque hay otras personas allí, el sacerdote me estuviese hablando personalmente. El hecho de que se vea al cura compenetrado con lo que está diciendo, al punto que involucra su vida, me genera también un compromiso, tal vez inconsciente y fraternal con la situación.
Como resultado, mientras el sacerdote proclama, voy descubriendo, por ejemplo, un nuevo aspecto de la vida o de la persona de Jesús o me siento consolado, alentado o empujado a modificar y mejorar algún aspecto de mi vida. Lo cierto es que ocurre una transformación en mi. No estoy igual que al comenzar la celebración.
Cuando el anuncio no se centra en Jesús.
Hay muchas otras veces en que ocurre todo lo contrario: intento, pero no logro concentrarme, no me siento parte de lo que el sacerdote dice, estoy ansioso porque el sermón termine, me distraigo con otras personas o situaciones dentro del templo y mi corazón sigue igual.
Es posible que esto ocurra por alguna circunstancia externa, como un problema personal, que no me permita concentrarme. Pero, creo que coincidentemente, esta situación ocurre las veces en que el sacerdote no pone a Jesús en el centro de su anuncio: habla en tercera persona y menciona muy poco o nada lo relatado en las lecturas o directamente no habla de Jesús. Su discurso se centra en otra persona o tema. No habla en primera, ni en segunda persona («Yo», «Tú») y no dá ejemplos o testimonios que fundamenten lo que está diciendo. Es decir, hace una proclamación llana, teórica y poco profunda. Tal vez esta diciendo algo importante, como por ejemplo que «es necesario cuidar el planeta», pero no convence no llama la atención, porque quizás no es el espacio, no es el modo, no es el momento, no es lo que el auditorio espera escuchar.
Aprovechemos la oportunidad de hacer la diferencia
Hoy en día con la sobreabundancia de información que todos recibimos a través del teléfono, la televisión y la computadora hablar a los presentes en tercera persona sobre política, ecología, deportes, economía o salud no hace la diferencia dentro de una celebración eucarística. Es más de lo mismo.
Cuando eso ocurre siento que estamos desaprovechando la oportunidad de hablar de Jesús, de dar la Buena Noticia que tenemos para anunciar todos, todos los días y que trasciende cualquier otra información. Perdemos la oportunidad de ayudar a otros a transformar su corazón, de elegir los valores del proyecto de Jesús.
Y resulta que hemos obviado eso y entonces la gente se va igual, y además con poca motivación para regresar.
Por supuesto que hay otros momentos dentro de la celebración que pueden transformar nuestro corazón, como la Consagración o el momento de la Comunión, pero hoy nos centramos en la Homilía.
Tampoco es esto una crítica a los sacerdotes, que con la hermosa y «jugada» opción de vida que han hecho son un testimonio en sí mismos. Además, el anuncio vacío también lo proclamamos catequistas, formadores laicos, periodistas católicos, etc. en distintos ámbitos. Pero sí es esto un humilde llamado a la reacción para darnos cuenta que tenemos la mejor noticia y no la estamos proclamando o no la estamos sabiendo comunicar. En general creo que es esto último. La gente quiere escucharnos y tenemos la oportunidad de que se vayan un poquito mejor y no sabemos cómo. Tenemos la pieza del rompecabezas que les falta y estamos postergando la entrega.
Para tener en cuenta a la hora de anunciar a Jesús
Ojalá que la próxima vez que debas evangelizar, proclamar un texto o una enseñanza te acuerdes de que Jesús es el protagonista de lo que estás anunciando y de que tu testimonio es importante porque nadie puede discutirlo, ¡es tu vivencia!. Ponerse en sus manos y hablar sin rodeos, en primera o segunda persona hará que tu mensaje sea más directo. Siguiendo estos consejos seguramente la expectativa tuya y de quienes te oyen o leen estará cumplida.